Cho Oyu 2000

 

cho-oyu

 

Fue esta la primera toma de contacto con el Himalaya de la Asociación de Montaña Dolomía.

Tras 21 horas de viaje, nos encontrábamos en Nepal. Katmandú, su capital es la típica ciudad que estamos acostumbrados a ver en los documentales de televisión. Allí nos alojamos en el barrio turístico de Thamel, empleando el tiempo entre otras cosas en efectuar las últimas compras de material personal y conseguir el software que necesitábamos para nuestras comunicaciones vía satélite.

El viaje a la montaña por la vertiginosa carretera internacional Lasha-Katmandu también fue espectacular, al igual que nuestra llegada a la última población: Tingri, donde pudimos contemplar dos espectaculares moles que se levantaban de la mesta tibetana: El Cho-Oyu y el Everest.

Llegamos al campo base, donde pasaríamos nuestros siguientes 25 días. Los dos primeros en este campamento fueron de aclimatación, tras lo cual nos lanzamos a montar el CI.

A los 6.000 metros de altitud la mitad del grupo tuvo que darse la vuelta por problemas de aclimatación, mientras los otros cuatro montañeros llegábamos a los 6.500 metros, donde cavamos una plataforma en el hielo para instalar una tienda y dejar algo de material.

Regresamos al campamento base donde disfrutamos de unos días de calma, periodo que sirvió para que todos nos recuperáramos rápidamente. Tras este periodo de descanso el grupo al completo nos lanzamos hacia arriba, esta vez para intentar equipar el campo II. Pasamos nuestra primera noche a mas de 6.000 metros, en el Campo I y a continuación nos dirigimos hacia el II, debiendo superar setecientos metros en vertical, salvando una de las mayores dificultades técnicas de la ascensión: un serac de hielo de unos treinta metros de altura. Pasado éste se llega a una gran llanura que la gente llama ¿El Campo de Fútbol¿, donde se pasa de una temperatura de 15º bajo cero a casi los 30 positivos, debido al reflejo de los rayos de sol sobre la nieve.

Sentimos una gran alegría cuando llegamos a los 7.200 metros del CII, pues era la máxima altitud que habíamos conseguido. Procuramos montar la tienda a conciencia y bajamos a dormir al Campo I y al día siguiente al base.

El tiempo empeoró y comenzamos a desanimarnos. En el siguiente intento de ascensión tuvimos que darnos la vuelta desde el CI por el mal tiempo y porque el viento había arrancado la tienda y se había llevado todo el material depositado.

El segundo intento tenía que ser el definitivo, pues las fuerzas y el permiso de ascensión se iban agotando. Teníamos un inconveniente añadido: unos montañeros americanos que descendían nos informaron que todas las tiendas cal Campo III habían sido barridas.

Llegamos al campo II cuatro montañeros, y aunque deberíamos haber seguido para arriba al día siguiente, los problemas que arrastrábamos hicieron que tomáramos la decisión de quedarnos un día a descansar allí.

Comimos de todo lo que pudimos encontrar por allí, que habían dejado otras expediciones y a las 3 y cuarto de la madrugada del día 3 de octubre iniciamos la ascensión con 25º bajo cero.

Este intenso frío y diversos trastornos gastrointestinales hicieron que dos de nosotros tuvieran que darse la vuelta antes de llegar al CIII. Eran las 8 de la mañana cuando llegábamos a este punto, a 7.600 metros de altura, con dos horas de retraso sobre el horario normal, pero continuamos hacia arriba. En los últimos 100 metros de subida empleamos hora y media, pero poco a poco empezó a verse la línea perfecta del horizonte y a aparecer por detrás la pirámide negra del Everest, señal de que estábamos alcanzado nuestra meta. A la una de la tarde llegábamos a la cumbre del Cho-Oyu.

Juanjo Buendía fue el miembro de Dolomía que junto con el shirdar de la expedición había conseguido el primer 8.000 para el montañismo conquense.

Tras las emociones propias del momento, las típicas fotos, despliegue de banderas de oración y comer un poco iniciamos el descenso llegando a las cinco de la tarde al CIII y una hora mas tarde al CII donde tuvo lugar el momento mas emotivo de la expedición con el abrazo con los compañeros que se encontraban allí.

Con la euforia de encontrarnos todos sanos y salvos y con la cumbre en el bolsillo procedimos a la última y ardua tarea de retirar todo el material de altura, euforia que se prolongaría hasta nuestro regreso a Cuenca.

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